Literatura

El honor de los filósofos

El autor Víctor Gómez Pin toma el lenguaje para honrar a los hombres y mujeres que supieron mantener la dignidad de la razón

El honor de los filósofos

El honor de los filósofos / Javier Doreste

Javier Doreste

Este es un libro hermoso, bellamente escrito y que trata de cosas bellas, hermosas incluso bajo el horror. Gómez Pin ha tomado el lenguaje, los ladrillos que son las palabras, aquellas que según Stevenson fueron creadas para el mercado, la taberna, el trabajo, para relacionar a unos con otros, para amar y odiar, amasar pan y cemento, y levanta con un lenguaje preciso y sin artificios un hermoso tributo en reconocimiento de un puñado de hombres y mujeres que supieron mantener el honor de la razón, incluso en los tiempos más oscuros.

No solo es un hermoso libro que nos habla de la hermosura del acto digno, de la ética que impulsa a algunos mantenerse erguidos frente al infortunio, la convicción razonada que lleva a mantener la dignidad hasta sus últimas consecuencias, como la Olimpia de Gouges, feminista, revolucionaria francesa que escribe Los derechos de la mujer como gemelos de Los derechos del hombre, doblemente abolicionista, de la esclavitud y de la pena de muerte, que sube a la guillotina por, entre otras cosas, oponerse a la ejecución del infame Luis XVI.

Para Gouges, la esclavitud y mantener a las mujeres bajo el patriarcado son formas de muerte en vida y, cuando matas a otro, así sea legalmente, mediante sentencia, con la excusa de defender la sociedad, estás matando todo, sus recuerdos, su futuro; le arrebatas todo como si un dios vengativo y omnipotente, bíblico, fueras. Y si en 1789, bajo los auspicios de la razón, el pueblo francés derribó la Bastilla no era para sustituir la arbitrariedad y crueldad real, sino para eliminarla. Un llamamiento a la coherencia de la razón que le costó la vida, pero que la hace más digna y admirada actualmente.

Pues de la convicción de los propios ideales, de la fuerza de la razón, de la dignidad frente a la persecución, el olvido y la traición, nos habla Gómez Pin, construyendo frases que nos llevan de una a la otra, subyugados por el ritmo de su prosa, como el Rodríguez Padrón del discurso del cinismo (uno de los más hermosos y contundentes libros publicados), arrastrándonos de una historia a la otra, maravillándonos con el juego de las palabras, la solidez del argumento y la fuerza de la historia. Así descubrimos al filósofo y matemático Jean Cavailles, torturado y fusilado por la Gestapo, que interrogado por los motivos por los que un hombre de pensamiento, un miembro de la élite, ha entrado en la Resistencia, explica que: «…dado su amor por Kant y Beethoven, entrando en la Resistencia, realizaba en su vida el pensamiento de sus maestros alemanes». Hoy en día, cuando hemos visto tantos intelectuales ceder y convertirse en intelectuales orgánicos, renunciar a la coherencia e independencia del propio pensamiento y la razón por la prebenda, el boato y el reconocimiento mediático, un libro como este, que mantiene un aire con los antiguos libros de ejemplos medievales, los que intentaban explicar un caso, una postura, una actitud ante la vida; se hace tanto más necesario cuando vemos como la razón, aquella que nos mueve, se ve atacada, arrinconada por lo sentimental, lo intuitivo, el solipsismo, lo mío, el crecimiento personal y demás zarandajas que vienen a decir que si las cosas van mal es culpa del sujeto.

Y nunca mejor utilizada la palabra sujeto, sujeto al consumo, al tener para ser, tener no solo objetos sino reconocimiento. Los hombres y mujeres cuya vida cuenta Gómez Pin prefirieron ser a tener. Prefirieron mantener la dignidad en la derrota, el exilio y demostrar como Calístenes de Olinto, a quién Alejandro Magno temía más que a los elefantes de sus enemigos, según Malraux, que nadie es más que nadie, pero tampoco menos, cuál Juan de Mairena de la Antigüedad. Y eso, posiblemente, le costó la vida. O cómo Leibniz, perseguido y condenado por los seguidores de Newton, no tan solo por supuesto plagio sino por afirmar que el cálculo infinitesimal no permitía en absoluto concebir números infinitamente grandes ni infinitamente pequeños, y que se trataba de meras ficciones aptas para el cálculo. Herejía suprema en una sociedad obsesionada con lo teológico y la búsqueda de lo infinito, pues el absurdo infinito es dios.

Es pues un libro de ética, un libro necesario en estos tiempos donde tal disciplina ha quedado cosificada por Fernando Savater en su obra Ética para Amador, escrita con el estilo de un cura enrollado. Unos tiempos dónde otros textos como el Ética para Celia, de Ana de Miguel, pasan sin pena ni gloria, quizás porque se enfrenta desde una perspectiva feminista o porque no conviene que la ética salga del aula y se queda pululando por los pasillos, las calles y la plazas. No en vano, se supone que el filósofo o es un divulgador de ideas preconcebidas o un escritor arcano el estilo de Necesario pero imposible. Traer la ética a ras del suelo, meterla en nuestras casas mediante ejemplos y razones, no deja de ser un acto subversivo, cargado de malas intenciones a lo imperante. Baste decir que los hombres y mujeres de los que nos habla Gómez Pin, así los define, actuaron con rigor sobre sus propias convicciones, firmeza para mantenerlas, prudencia para afrontar la debilidad y autoestima para no sucumbir ante la adversidad. Ya quisiéramos nosotros actuar y que otros actuaran con la misma coherencia.

Y el autor lo escribe no sólo reflejando el amor que tiene a la razón como guía, la razón tan vilipendiada, sino con amor al propio lenguaje, a las palabras, las frases, como elemento de cohesión, como instrumento vehicular del ser social que somos. Es cierto que corremos el riesgo de no detenernos de vez en cuando en su lectura, de avanzar de un capítulo al otro, arrastrados por la perfección de las frases y el hilo del razonamiento.

Si lo hiciéramos así perderíamos el horizonte, la escalera. Pues cada uno de los capítulos debe verse como un peldaño que forma parte de una escalera, y en toda escalera es preciso parar de vez en cuando, sea para tomar aliento, sea para pensar el camino hecho o el que nos queda por hacer. Y esta escalera nos lleva al convencimiento de que, al fin y al cabo, solo nos quedan la ética y la razón, la dignidad y el lenguaje.

No en vano, cita a Aristóteles: en razón de su naturaleza todos los humanos son movidos por el deseo de simbolizar y razonar, empapando las cosas con ideas. Quizás, hoy en día, empapemos más las ideas con las cosas, y ojalá este libro tan bellamente escrito, nos ayude en el empeño y nos facilite cambiar de rumbo.

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