Opinión

El adiós de la grada

El dichoso fútbol es capaz de aunar a personas anónimas de distintos ámbitos en una comunión pagana, que genera un vínculo de angustia y placer compartido

El partido Cádiz CF-UD Las Palmas, en imágenes

El partido Cádiz CF-UD Las Palmas, en imágenes

El final de liga es como el final el verano. Los días se van apagando antes, la rutina aparece de repente y es imposible evitar la melancolía. Es como despedirse del amor de tu vida, a sabiendas que pasará un tiempo antes del ansiado reencuentro.

El cierre de temporada trae consigo un adictivo cóctel de emociones para los amantes del balón y la sensación agridulce es inevitable. En el caso de la UD Las Palmas, el equipo salva la categoría in extremis, tras un final de campeonato lamentable (dos puntos de 30 posibles en liza) y récord en negativo, ya que ningún equipo en la historia de la liga ha logrado la permanencia tras perder ocho partidos consecutivos. Con ese panorama, la pregunta surge de forma automática: ¿vale la pena el sufrimiento?

El curso futbolístico padecido invita a romper la relación conyugal con 'el equipillo' y buscar experiencias menos fuertes, donde la montaña rusa de sentimientos vaya al ralentí. Sin embargo, el lado oscuro de los amarillos posee una fuerza irreprimible, demasiada intensa y la llamada de la pasión es irresistible.

Es el poder del dichoso fútbol, capaz de aunar a personas anónimas de distintos ámbitos en una comunión pagana, que genera un vínculo de angustia y placer compartido. La perfecta descripción de este sentimiento es contemplar el bendito fútbol como una historia sin fin. Un volver a empezar con la misma intensidad que la primera vez. Esta dulce tortura, no obstante, fortalece el vínculo entre equipo y su afición.

El próximo curso liguero estará repleto de incertidumbre para los amarillos pese a dispondrá de cerca de 50 millones por la permanencia (derechos de televisión, entradas, merchandising). La estampida de hasta una decena jugadores del primer equipo y, a buen seguro, del propio míster supondrá empezar de cero. Cada victoria, cada punto, será en la nueva temporada un paso vital más hacia la supervivencia. La pugna fratricida por mantenerse en la élite del fútbol español es una constante despiadada que no entiende de colores ni siglas. Un particular vía crucis que echaremos en falta hasta mediados de agosto que comienza de nuevo la liga. Al menos este año será más llevadero gracias a la Eurocopa y las Olimpiadas que aliviarán el vacío del asiento en la grada. Un asiento que es sacro. No sólo se trata de un trozo de plástico, un mero objeto físico; es un punto de referencia emocional. Altar con sus rituales, testigo de excepción de victorias imborrables y dolorosas derrotas. Esa divina conexión es la que provoca que el adiós de la grada sea tan duro al acabar la temporada.