Opinión | Diccionario de sentimientos canarios

Paco Javier Pérez Montes de Oca

En defensa del habla olvidada

La conversación con unos jóvenes de los llamados milenials transcurría de forma sosegada en un intercambio de opiniones, hasta que yo pronuncié, venido a cuento, la palabra encarnado. Asombro en la mayoría y alguno, sin mala intención, dibujó una sonrisa de comprensión y misericordia hacia un hombre de edad. Les dije que consultaran el Diccionario de la Lengua y si no la encontraban yo pagaba una merienda. Obvio que solo conocían el color rojo. Tampoco sabían que canelo es marrón y que un hematoma es un cardenal, el color de la ropa de los príncipes de la iglesia que, en lenguaje actual, corresponde al color fucsia cuando antes era lila o el de las violetas que crecen a orillas de los caminos o que chaval o chavala no existía, sino que se hablaba chiquillo, chiquilla, pibe, piba que, hoy todavía, persiste en el lenguaje coloquial de las islas. Que el turista guiri de hoy era el choni de ayer, deformación del nombre propio inglés Jhony, uno de los indicadores de la influencia inglesa en las historia de las islas. Saltaperico se decía, como en Juan Rulfo, de niños livianos de comportamiento, «desinquietos» expresión con que las madres señalan a un niño como inquieto, pero también de un típico juego de chiquillos que consistía entretenerse con una tira fosforescente y ruidosa de los llamados mixtos. Sentir, muy adentro, un movimiento anímico interior, de desazón, «Igual que lo zangolotearan por dentro…» para el autor citado se menta de campesinos y transportistas de otra época cuando se referían a la leche. La contenida en las grandes lecheras de hierro que los lecheros transportaban, en camionetas, y por el continuo zangoloteo llegaba, hecha pelotas de tumbos, a sus destinos de tiendas, particulares y venta ambulante de la capital. Ya Quinto Horacio Flaco en su Arte Poética advertía de que «muchas palabras que cayeron renacerán y caerán las que ahora tienen prestigio si lo quiere el uso: en cuyo poder están el albedrió, la autoridad y normas del habla», Recomendaría, ahora que existe algún informe del que yo tengo serias dudas de que un 80 % de los maestros de Primaria y Secundaria ignoran o no están capacitados para explicar los contenidos canarios del currículo escolar, que tomen la obra del Léxico de Gran Canaria del escritor Pancho Guerra y lean e interpreten a sus alumnos sobre tantas palabras, hoy en desuso, pero que permiten explicar parte de la historia y cultura de Canarias. Porque el habla, como parte de la lengua, permite compartir experiencias, destrezas y normas de una comunidad además de actitudes y sentimientos. Vuelvo a Horacio que en la obra citada escribe que «no bastan que sean bellos los poemas: sean atrayentes y lleven el ánimo del oyente adonde quieran» (…) saca las emociones del espíritu y la lengua es su interprete». Como escribe el escritor José Pérez Vidal en el prólogo de la obra de Pancho Guerra citada: «el examen del habla de su propia comarca cuenta con la facilidad de conocer el alma de la misma; los valores y matices semánticos de las palabras, el sentido de las expresiones, el carácter popular o afectados de unas y otras, cuanto atañe al meollo íntimo del habla». Y el poeta Pedro Lezcano escribe que «la Academia Canaria de la Lengua debería ser un taller donde se forja el ser isleño, porque en el lenguaje está todo lo que hemos sido y lo que somos». En el mismo sentido se expresó el ilustre de la lengua hispana, el argentino Jorge Luis Borges, al hablar de que el lenguaje y el habla no son una mera concatenación de sonidos, fonemas, sino que denotan un significado que afecta a la mentalidad y emotividad del que habla y escucha. La emotividad isleña de mansedumbre y aquiescencia callada que el autor argentino defendió frente al académico Américo Castro que criticó la forma de hablar argentina al que respondió Borges con que él había viajado por varias provincias españolas, y si acaso, se diferenciaba en que la manera de hablar peninsular, en voz alta, directa, parecía propia de aquel que nunca duda. Parco en palabras, el canario como los antiguos habitantes de Lacedemonia, pero cargadas de alta emotividad que describió el filósofo Gorgias al escribir que «la palabra es un poderoso soberano que, con un cuerpo pequeñísimo e invisible realiza empresas divinas: eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir la alegría, fomentar la compasión». Una característica única del «animal que habla» para el filósofo y catedrático Emilio Lledó (impartió clase en la Universidad de La laguna) «aflora el presente de cada día, lo que oímos y vemos, lo que recibimos a través de los latidos del tiempo, que marca el ritmo de cada corazón y que sirve para configurar el futuro de los destinos individuales…» Gracias a ese «animal hablante» y social para Aristóteles nuestros antepasados transmitieron a las siguientes generaciones el pensamiento, habilidades o destrezas como la forma de sembrar y recolectar, el oficio y arte de la pesca de altura y bajura; la albañilería de construir casas, con pala, mezcla y plomada, casas con azotea o tejado a dos aguas y horadar riscos para construir las viviendas de cuevas de amañados trogloditas frescas en verano y azocadas en invierno. El habla como parte de la Lengua que supone, como la crianza de la infancia, la agricultura, la religión o las leyes avances culturales de una comarca o comunidad de hablantes cuyos conocimientos y emociones son memoria de pueblo que nunca debe olvidarse.