Y entonces estalló la guerra
La invasión rusa de Ucrania sorprendió a este grupo de estudiantes de Telde en Polonia. Vieron llegar a los primeros refugiados ucranianos al país y sus rostros de tristeza.
Y entonces estalló la guerra. Cuando estaban en el ecuador de su viaje educativo, en plena capital polaca, las sirenas rompieron la tranquilidad que habían tenido durante el viaje y les puso en alerta. «Estábamos visitando un cementerio con víctimas de las dos guerras mundiales en Polonia cuando nos enteramos que Rusia había atacado Ucrania, que se había declarado una guerra. En ese momento sí que vimos que la gente se puso nerviosa, nosotros también», explica Juan Andrés Godoy, coordinador de Erasmus + y jefe de estudios del Cape Casco-Telde.
Tras abandonar el lugar histórico se dirigieron al hotel donde se hospedaban. Al poco de llegar no dudaron en asomarse a las ventanas para saber qué estaba ocurriendo.
«Desde las 14.15 horas comenzaron a sonar las sirenas y vimos como llegaban varios coches oficiales para reunirse en la Casa Presidencial. Veíamos a la gente parada mirando. Imponía la tranquilidad que tenían, te hacía reflexionar de que si ellos estaban tranquilos no teníamos porque ponernos nerviosas» explica Paloma Monzón.
Esas sirenas y este trajín de coches oficiales fue la primera señal que tuvieron de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. El mismo 24 de febrero ya Polonia abría su frontera con el país atacado para empezar a recibir a miles de refugiados, sobre todo niños, mujeres y ancianos.
Poco tiempo después comenzaron a recibir mensajes de Whatsapp a sus móviles de familiares y amigos interesándose por ellas tras las noticias de la violenta invasión y la apertura de fronteras.
«Estábamos en un cementerio de las con víctimas de las guerras mundiales cuando ocurrió»
«Te sorprende por lo que dice Paloma. Ver llegar un coche cargado de maletas con niños y adolescentes a mí me dio sentimiento. Miraba para los lados al día siguiente desayunando para ver si los veía. Estaban tranquilos, creo que a mí me dio más sentimiento, o lo refleje más que ellos. Con toda tranquilidad y pensando en cómo iban a empezar ahora de cero», recuerda Naty Fierro. Fueron los rostros de los refugiados que vieron llegar lo que más les marcó, eso y la sensación de tranquilidad o incluso el sentimiento de resiliencia que destilaban. Como sabiendo que estaban ante una situación histórica contra la que poco podían luchar.
Refugiados
«En el hotel donde nos estábamos quedando ya estábamos viendo familias ucranianas llegar, pero claro los veías tranquilos, tanto a los ucranianos como a los polacos. No sabíamos la gravedad del ataque. En ningún momento veías a la gente alarmada ni asustada. Estaban haciendo una vida normal. Nosotras nos volvíamos a Gran Canaria pero ellos viven ahí, siempre tienes el miedo ese a que pueda pasar algo. Ellos no transmitían nada de miedo ni nerviosismo», apunta Paloma.
Ese sentimiento, esa sensación de impotencia y ese dolor por lo que estaban presenciando lo comparten todas las estudiantes del viaje. Una sensación que semanas después, con el recrudecimiento de la situación en Ucrania y con el aumento exponencial de los refugiados, está lejos de desaparecer.
«Es difícil olvidarlo, estamos en Gran Canaria y me acuerdo de la cara de esos niños y adolescentes», apunta Paqui Velázquez. La lejanía no les ha hecho olvidar lo vivido, una situación dramática que se acrecienta al ver cómo la situación empeora cada vez más en ese rincón oriental de Europa.
Ahora, cada vez que ven alguna noticia sobre la guerra en Ucrania desatado por Rusia o en la llegada de refugiados a Polonia huyendo de la muerte y los horrores de la guerra, no pueden evitar acordarse de aquellos a los que conocieron durante su viaje y los rostros de los primeros refugiados que vieron.
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