Desde la ciudad arzobispal

Inés Chimida

Barranco Real de Telde.

Barranco Real de Telde.

Antonio González Padrón

Tras cruzar el ancho cauce del Barranco Real de Telde por el que todavía corren mansas las aguas de las últimas lluvias del invierno, subimos una pequeña cuesta que nos planta en la nueva y noble ciudad. En las puertas mismas de ésta, se está edificando de mampuesto unos gruesos muros, que albergarán dos instituciones con un solo nombre: San Pedro Mártir de Verona. La primera ya tiene avanzada la obra, se trata de un futuro hospital que dará cobijo no sólo a enfermos de toda clase y condición, sino, que muy especialmente, se dedicará a la cura de Males de Buba, aquella sífilis americana que Castilla trajo de las Indias Occidentales, junto a la preciada plata y el no menos codiciado oro. La segunda será un bello templo de una sola nave con arco toral gótico, realizado en piedra arenisca. En él los médicos y demás personal sanitario, junto a los enfermos, podrán oír misa y éstos últimos tendrán en su suelo sagrada sepultura.

Quien va a lograr que todo ello se haga realidad, más pronto que tarde, tiene nombre de mujer: Inés y llevará con honra el apellido de su padre: Chimida, militar de alto rango de origen portugués, aunque alistado en las huestes castellanas conquistadoras de la Isla de Gran Canaria. Su progenitora no fue otra que una noble aborigen que, según algunos, fue violentada por el lusitano y obligado éste a desposarla y, para otros, simplemente uno de los tantos matrimonios mixtos que surgieron durante y después de aquellas contiendas. Sea como sea, lo cierto es que muchos han hablado y escrito de doña Inés de Chimida, basándose más en la leyenda y en las transmisiones orales de ésta que en documentación fehaciente. Así, hemos logrado saber que muere a una edad bastante avanzada para su tiempo, habiendo superado con creces el medio siglo de existencia. Todo hace suponer que contrajo nupcias a muy temprana edad y que su esposo viajó al Nuevo Continente, dejándola aquí. Regresado de nuevo a la Isla, no pudo engendrar hijo alguno por traer consigo la tan temida como mortal enfermedad venérea. Tal vez, eso hizo mover el alma caritativa de Inés, quien pronto comenzaría a recoger limosnas entre las principales familias de Telde para crear su ejemplar centro higiénico-sanitario. Abatida por tanto trabajo y dedicación, ya una anciana, se retira a casa de sus parientes en la Villa Episcopal de Agüimes, en donde pasados unos meses morirá. ¿Fue enterrada doña Inés de Chimida en Agüimes, o se trasladó su cuerpo a la Iglesia Hospitalaria de San Pedro Mártir? Nada sabemos al efecto. Aunque sí podemos decir que, entre el pavimento de cantería gris de Arucas, no se encontró su lápida sepulcral.

El Ayuntamiento de la ciudad reconociendo sus muchos méritos le dedicó una calle, la misma que comunica el Barrio de San Juan con el de San Francisco, rúa que se acompaña de un bellísimo acueducto, diseñado por don Juan de León y Castillo. Ha sido y es Inés Chimida, ejemplo de mujer emprendedora y capaz de llevar sus sueños a la realidad para beneficio de toda la ciudadanía.