Comercios históricos de Las Palmas de Gran Canaria

Una gran familia en el bar Dos Amigos

El negocio fue fundado en 1957 para servir a los trabajadores del recién inaugurado Mercado Central

En 2021 el fundador lo traspasó al trabajador más longevo

En 1957 Agustín Rivero abrió el bar Dos Amigos para cubrir la demanda de los trabajadores del recién inaugurado Mercado Central. En los años 50 la plaza de abastos funcionaba como un espacio de venta al por menor, pero también de venta mayorista, antes de que se mudara a lo que hoy se conoce como Merca Las Palmas. Fue el primer bar que se asentó en la zona para convertirse en punto de encuentro de empleados y todos aquellos que llegaban desde el interior de la Isla para vender sus productos frescos.

Con tan solo 15 años, un joven llegó a la ciudad para comenzar a trabajar en el local, pero poco se podría imaginar en ese momento que años después estaría tras la barra como propietario. José Andrés Marrero comenzó a trabajar en un bar en Valleseco y decidió probar suerte en la capital. Trabajó durante cuatro años en el local y luego fue al cuartel para hacer el servicio obligatorio.

Después de este período volvió al bar porque es el oficio que aprendió desde joven. En 2021 el fundador se jubiló, y traspasó el negocio a Marrero, que era el empleado más longevo que seguía trabajando en el local. «Por aquí han pasado muchas personas, pero otros se han ido a otros restaurantes o han cambiado de sector», detalla. Hace un año Agustín Rivero falleció, después de una vida entera dedicada al bar.

En la actualidad, el bar se ha convertido en un negocio familiar porque el hijo del dueño, Rubén Marrero trabaja por las tardes en el negocio además de continuar sus estudios de Periodismo. «Yo quiero que termine la carrera que está estudiando que le falta un año y ya después Dios dirá, si tiene trabajo bien, si no pues aquí tiene trabajo», refleja.

Desde que Marrero está al frente ha incorporado algunos cambios en el negocio para modernizarlo. En un principio solo era un local de bebidas, pero la fina mano de Marrero con la comida se ha hecho notar en los últimos años. Ha incorporado un menú diferente cada día, pero que destaca por sus recetas de comida canaria cocinadas como si fuera en casa. Bocadillos, callos, carne de cabra, un poco de todo para que los clientes tengan para elegir.

Pero su especialidad es la carne de cabra, que prepara con mimo para convertirla en un manjar. Tal es así que hasta los clientes sentados en la barra lo confirman. «Es un especialista», asegura uno de ellos antes de irse. «Yo la hago todos los viernes, por ejemplo, mañana hago callos y mañana carne de cabra», explica. «Cuando yo empecé aquí lo único que había eran Manises», añade Marrero.

Aprender a ojo

Marrero aprendió a cocinar en Valleseco, aunque estuvo de friegaplatos, cada tanto se fijaba en cómo hacían las recetas para luego repetirlas él. Al hacer un plato diferente cada día, muchos vecinos mayores de la zona pasan por ahí para comprar la comida ya hecha.

Muchos de sus clientes son de toda la vida, hasta el punto que algunos se han convertido en verdaderos amigos. «Por eso se llama así el bar», bromea. Una de las paredes del bar está adornada por las fotos de los cumpleaños de algunos clientes celebrados en el local, como si de una gran familia se tratara.

Precisamente esta clientela fija es la que le ha ayudado a sortear los problemas de los últimos tiempos como la escalada de precios. «Y también porque trabajamos muchas horas, nosotros abrimos por la mañana desde las 6 hasta las 12 de la noche y hay que venir a las 4 y media o las 5 de la mañana para preparar, hacer las tortillas, al final, regentar un negocio no es fácil», puntualiza.

A pesar de las jornadas maratonianas, Marrero asegura que disfruta su trabajo gracias a esos clientes que son amigos. «Me gusta porque esto es una clientela de un montón de años, que son gente, gracias a Dios, tranquila no es una zona de conflicto», destaca.

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