Opinión | Retiro lo escrito

El asombroso Torres

Ángel Víctor Torres en el Foro Prensa Ibérica

Ángel Víctor Torres en el Foro Prensa Ibérica / Andrés Cruz / LPR

Yo defiendo el derecho de la gente a asombrarse con lo que se quiera. Ese sí es un derecho, no la felicidad. La felicidad, en todo caso, es una aspiración, aunque tal y como dice un personaje de Heinrich Böll (un payaso) cualquier felicidad dura menos que la más triste de las tardes. Mis sorpresas no suelen provenir de la política. Ya mi generación ha visto cosas prodigiosas: el hundimiento del bloque soviético, el intento de un golpe de estado en los Estados Unidos, cientos de millones de personas encerrados en sus domicilios para evitar la muerte por un virus, el reverdecimiento del antisemitismo, el regreso del amor por los tiranos, un presidente que escribe en una carta que los malos perderán y que ama a su mujer (una carta pésimamente escrita por algún asesor harto de Anís del Mono) y dos o tres cosas más. Pero esto de ahora es muy notable. Me refiero a las declaraciones del ministro de Política Territorial y expresidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, en el inicio de la campaña electoral de las elecciones europeas. Torres, en resumen, ha advertido que un crecimiento de la ultraderecha en la Eurocámara “traerá a Canarias campamentos para confinar migrantes”.

Como aconsejaba Les Luthiers, analicemos la frase. ¿En quién pretende introducir inquietud, zozobra o miedo? No, desde luego, a los migrantes de origen africano, que consideran pisar tierra lfirme un triunfo vitar, sino a los ciudadanos canarios. Si crece la ultraderecha esto se nos va a llenar de negros confinados, nos viene a profetizar Torres. Porque los ultraderechistas son gente cruel y no harán lo que nosotros, los socialdemócratas comprometidos con los derechos humanos: meterlos en un avión y entregarlos en paquetes a autoridades marroquíes o mauritanas, que ya sabrán qué hacer, es decir, matarlos, impedir el regreso a su territorio, perderlos en el desierto más cercano. Torres no pretende asustar a los migrantes, sino atemorizar a los residentes europeos y, más específicamente, a los canarios. La izquierda empaqueta, transporta y expulsa mucho mejor.

En el discurso propagandístico del sanchismo el sintagma “derecha y ultraderecha” es un mantra afortunado. Se usa fundamentalmente para que la segunda palabra contamine a la primera. En Europa esas cosas, en cambio, son un tanto incoherentes. En la Unión Europea gobiernan conjuntamente, de facto, conservadores, liberales y socialdemócratas. Por eso los consensos son difíciles y a menudo laberínticos, pero tremendamente sólidos. Es la Comisión Europea –y no los grupos parlamentarios – la que se reserva la iniciativa legislativa. Es francamente difícil que la ultraderecha crezca tanto que sea capaz de bloquear política o legislativamente la pluralidad de la Comisión. En el Parlamento que se disuelve ahora, que contaba con 705 escaños, socialdemócratas, conservadores y liberales disponían de 420, a los que se unían como apoyo otros 30 de similares tendencias ideológicas. La extrema derecha, en cambio, no llega a los sesenta diputados. Su crecimiento será importante en los próximos comicios, según todas las encuestas, pero el alarmismo sobre su llegada, la insistencia en aventurar una marea fascista avanzado por Europa, tal vez no sea muy responsable. No, la responsabilidad está en otra parte, tal y como evidencian también las declaraciones del ministro Torres. Conservadores y socialdemócratas deberían dilucidar una explicación sobre el crecimiento de los variopintos movimientos y organizaciones de extrema derecha (populistas, autoritarias, integristas, neofascistas) en toda Europa. No es una patología infecciosa e incomprensible. Es el resultado del fracaso de las políticas comunitarias en materia agrícola, industrial, tecnológica, social, laboral o fiscal. Y también, por supuesto, en lo que se refiere a la política migratoria decidida por la UE y que combina el buenrrollito retórico con la eficacia de la crueldad instrumental. Las fuerzas ultras no crecen en el vacío. Las élites políticas comunitarias llevan lustros dándoles de comer casi con un cariño suicida.

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