Arcoíris sobre negro

En 32 de los 54 Estados de África se considera ilegal las relaciones entre personas del mismo sexo

La persecución LGTBIQ+ les obliga a huir de sus países con el doble estigma de migrante y «peligro social»

Arcoíris sobre negro

Arcoíris sobre negro / Adae Santana

El primer testimonio escrito sobre una relación homosexual entre dos hombres en la historia de la Humanidad se remonta a África, a hace casi 4.000 años. Los egipcios Khnumhotep y Niankhkhnum vivieron con libertad su amor, del cual quedan grabados en el yacimiento cairota de Saqqara, en el mismo Continente desde donde ahora salen huyendo muchas chicas y chicos al verse perseguidos por su condición sexual o su identidad de género. A día de hoy, las relaciones entre personas del mismo sexo son ilegales en 32 de los 54 países de África y en algunos casos se les puede castigar con largas penas de prisión o de muerte.

Sólo por amar o por intentar ser ellos mismos, en el día a día de sus países no tienen derechos; sufren violaciones grupales y palizas; son repudiados –y denunciados– por sus familias y su entorno; caen en trampas organizadas por la propia policía; se quedan sin trabajo (si lo han conseguido)... Parias que se ven obligados a salir de su país para emprender lejos de casa, en algunos casos en Canarias o recalando en las Islas, una vida que sin embargo tampoco se les pone fácil en la mayoría de las ocasiones.

A su condición de migrantes se les añade su pertenecía al colectivo LGTBIQ+, un doble estigma que en el primer caso los convierte en unos extraños dentro de la sociedad de acogida y, por otro, debido a su condición u orientación sexual y al hecho de que por razones de idioma y cultura se tiende a mantener contacto con hombres y mujeres de tu mismo país o región, siguen obligados a ocultar si son gays, lesbianas, transexuales...

No es el caso de George Freeman, un activista gay de casi 40 años nacido en Sierra Leona, que en 2013 aterrizó en Gran Canaria ayudado por la Fundación Triángulo en Tenerife. Su activismo le convirtió en un «peligro social» en su país al convertirse en una de las primeras personas en participar en la Coalición Juvenil de Sierra Leona sobre el VIH y el SIDA, un país que se sitúa entre los 25 estados con mayor prevalencia de dicha enfermedad en la población de entre 14 y 25 años de edad.

«Vivía con mi tía y pasaba muchas dificultades» que sólo aumentaron «cuando ella supo que era gay. Sufrí mucha discriminación en mi comunidad y al final tuve que cambiar de lugar y me fui a vivir con mi padre y su mujer; aquello tampoco fue bien porque la mayor parte de las personas en Sierra Leona son tránsfobos, homófobos...»

George recuerda ahora desde Barcelona, diez años después de su estancia en Las Palmas de Gran Canaria, que se encargaba en Sierra Leona de ofrecer «ayuda sanitaria a las personas LGTBIQ+ porque allí pierdes hasta ese derecho» por su condición sexual o su identidad de género.

«Un día estoy trabajando y me dicen que estamos en la prensa porque alguien del barrio nos había denunciado» debido a su labor de apoyo sanitario, esgrimiendo que «queríamos cambiar la manera de pensar de los niños más pequeños y eso no era verdad». La Policía registra su oficina y le meten en la cárcel durante un mes y medio; tras su puesta en libertad tiene claro que debe salir de Sierra Leona.

«Yo soy abogado; estudié derecho en mi país pero ya ni allí podía trabajar por ser homosexual», recuerda Freeman. En aquel primer viaje a Canarias contaba que las últimas noches que pasó en su país permaneció oculto con otro chico en los bosques próximos al aeropuerto por miedo a ser detenido y no poder abandonar África.

La capital grancanaria fue su primera parada europea, donde se apoyó de la red de conocidos de Alfredo Pazmino, activista de la Fundación Triángulo en Tenerife y uno de los primeros que en las islas fijó su mirada en la situación del colectivo en África.

Tras una serie de vicisitudes que le llevaron a vivir durante seis mese en la calle, en Barcelona, después de conseguir su reconocimiento como refugiado George Freeman, fundador y director ejecutivo de Pride Equality International, ejerce actualmente como Asesor de Subvenciones de Derechos Humanos para The Pollination Project (TPP). Al mismo tiempo, es miembro de la junta directiva de la Red LGTBI Africana en España, y es miembro honorario del proyecto Airbnb en Barcelona y también consultor de Desarrollo para Global Unification International.

«Por lo general, quienes nos llegan de fuera son reacios a exponerse y menos aún en el caso de haber abandonado tu país por motivos de odio y orientación sexual», explican desde CEAR Canarias, una entidad por la cual han pasado chicas y chicos no sólo africanos que han debido huir por su orientación sexual.

Ayuda y atención en las Islas

Subsisten gracias a la labor de CEAR, a la que se le suma la de Cruz Roja, Cruz Blanca, Casa África o Gamá (Colectivo de Lesbianas, Gays, Trans y Bisexuales de Canarias), quienes a través de su proyecto Raíces apoya a personas LGTBIQ+ migrantes «en todo su proceso ofreciendo atención social, tramitación de los expedientes de solicitud de asilo o generando espacios de igualdad», explican Néstor Santana y Jennifer Molina, respectivamente, trabajador social y coordinadora de la asoc iación.

Ninguno duda al afirmar que «la persecución sigue existiendo en África por muchas normas que se aprueben», dicen en relación, por ejemplo, a la aprobación en Suráfica del matrimonio igualitario en 2006. «Se aprueba esa Ley pero se sigue sometiendo a las chicas lesbianas a violaciones grupales», recuerdan sobre esta especie de ‘terapia’ machista y criminal denunciada por muchas chicas LGTBIQ+ en el sur del Continente, donde se ha extendido de manera preocupante. «Tampoco debemos olvidarnos que a las chicas lesbianas –y a las que no lo son también– se les practica la ablación en muchos países del África occidental», matiza Jennifer antes de continuar explicando junto a Néstor que otro de los servicios que ofrecen desde Gamá a la comunidad migrante LGTBIQ+ es «la lógica atención psicológica».

«Es normal porque muchas y muchos llegan con secuelas debido a la violencia que han sufrido», argumentan sobre la importancia de ofrecerles también «información afectivo sexual» pues no debe ser fácil quererse a uno mismo cuando cientos de miles de voces te repiten que eres un bicho raro. Una anomalía. Un negro que ensucia su raza.

La religión, con discursos similares, se ha convertido en la nueva Santa Inquisición del continente africano en lo relacionado al colectivo de gays, lesbianas, transexuales, bisexuales o intersexuales, según destacan todos los consultados.

El guineano Salif Conte, quien por su condición sexual acabó recalando en CEAR Valencia para solicitar ayuda, relata cómo en su país «la religión tiene mucho poder y sus líderes están muy próximos a la clase política gobernante». En un beneficio mutuo, los políticos africanos castigan con leyes extremas a la comunidad LGTBIQ+ a cambio de buena prensa en misas y templos. «Influyen hasta en el mensaje espiritual que deben lanzar al país», asegura sobre unos discursos que demonizan a las mujeres y hombres del colectivo en el continente vecino. Las consecuencias son claras: «si mantienes una relación con alguien del mismo sexo te acaban rechazando. Es una cuestión arraigada que te aleja de los tuyos, de tu entorno. Yo en Guinea, con 15 años», recuerda Conte sobre un país donde sólo el 4% de la población se muestra abierto y tolerante hacia las personas pertenecientes a minorías sexuales, un porcentaje muy inferior al resto de estados africanos, «conocí a un chico y la familia no lo vio bien. Cuando estás siempre escuchando que ese tipo de vida es contranatura se instala en la cabeza de algunas personas; y no hace falta que haya o no una Ley a favor porque la idea de meterse en tu vida está» enquistada. «Ya no te invitan a las reuniones o celebraciones familiares»s, dejando de ser parte de algo tan importante en determinadas culturas como el clan o la casta. «Te dejan solo», dice.

El sierraleonés George Freeman también relata violencia en el marco de la iglesia durante su estancia en su país. «Soportaba muchas penurias por su culpa, también en la escuela», recuerda sobre el peligro de los cada vez más extendidos discursos de odio, una dramática tendencia política o religiosa entre los sectores más radicales que incluso se vive en el continente europeo, como recuerda Vitali, un joven ruso de 30 años que actualmente vive en Canarias tras abandonar su país por su condición sexual y orientación. También acudió a CEAR. «Me dieron un hogar», afirma.

«Tenía 23 años cuando se inició la propaganda rusa en contra del colectivo LGTBIQ+ por parte del Gobierno y aunque muchas personas me dijeron que cometía un error queriendo salir de Moscú, yo lo tuve claro: sabía qué era sólo el inicio», reconoce sobre las detenciones y desapariciones que se fueron sucediendo en el país en el último lustro. «La gente dejó de mostrarse como realmente era y comenzó a sentirse miedo», dice Vitali sobre una situación similar a la de África.

«Subir a una patera, el menor riesgo»

Con la frase «subirse en una patera era el menor de los riesgos» resume un joven árabe, atendido por Gamá, cuál era su futuro en su país si no se decidía a escapar cruzando un mar de peligros para afrontar, ya lejos de sus casas, un océano de problemas. Porque la realidad es que resulta muy complicado aún que se reconozca por motivos de odio vinculados a la sexualidad o el género el estatus de refugiado. Jennifer Molina y George Freeman opinan de manera similar en torno a los trámites y trabas existentes para lograr el régimen de refugiados para los miembros de la comunidad LGTBIQ+.

Ella habla, por ejemplo, de la imposibilidad de conseguir pruebas para convencer a las autoridades sobre la realidad de los derechos que se han vulnerado al solicitante en su país de origen, entre otras trabajas. George es más tajante: «en ocasiones las autoridades no entienden ni el dialecto que hablan, que no todos en África hablan inglés o francés, y no consiguen ni explicarse». «Si fuera por motivos de guerra sería más sencillo», añade.

Acnur, al respecto aclara que «algunas personas refugiadas LGBTI están huyendo de la guerra o la violencia en sus países, y ser LGBTI no es la base principal de su solicitud de protección», ya que puede no tener ninguna relación. «Otros huyen únicamente debido a la persecución que enfrentan por ser LGBTI; e incluso hay Estados que literalmente reconocen su incapacidad de proteger de los ataques de pandillas y grupos radicales a los miembros del colectivo», añaden.

Ante ese panorama, George Freeman ya ha tomado una decisión: «voy a volver a Sierra Leona y pelear por los derechos LGTBIQ+ de los míos, junto a ellos», y así lograr que en toda África brille con libertad un inmenso arcoíris.

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