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Presente indefinido. Un año de pandemia en perspectiva

Cuando llegó la pandemia todos teníamos planes que tuvieron que ser pospuestos, adaptados o cancelados. Un año después, ante la imposibilidad de hacer planes, nuestra vida se ha reducido a un presente indefinido. Los psicólogos señalan que la sensación de no poder llevar las riendas de la propia vida acaba generando indefensión aprendida y depresión. Los sociólogos señalan que la orientación temporal es uno de los rasgos definitorios de los distintos tipos de sociedades. Las sociedades tradicionales tendían a orientarse al pasado, que consideraban un “paraíso perdido” al que ansiaban retornar. A partir de la Ilustración y la Revolución Industrial las sociedades modernas se fueron configurando como sociedades “progresistas”, basadas en la creencia en que mañana sería mejor que hoy, y pasado mañana mejor que mañana. Cuando Tilly hablaba de dar la bienvenida a un nuevo siglo XVII y Zuboff planteaba el derecho al tiempo futuro como una cuestión clave amenazada en el nuevo capitalismo de vigilancia no pudieron prever el efecto que la pandemia iba a tener en nosotros. Si Marx y Engels decían que el fantasma que recorría Europa a mitad del siglo XIX era el comunismo hoy podría decirse que los monstruos que han producido el sueño de la razón (en expresión goyesca) en que se ha convertido el capitalismo de vigilancia y la personalización de Internet son dos: el cabreo generalizado de todos con todos y todo, a nivel individual, y la polarización que amenaza destruir la convivencia, a nivel colectivo.

Que estemos cabreados es normal. Hemos perdido la vida que teníamos y hemos tenido que adaptarnos a una nueva normalidad que nadie ha elegido. Pero lo peor es que todos hemos perdido nuestra forma de relacionarnos: de relacionarnos unos con otros directamente hemos pasado a relacionarnos unos con otros “a través de”. Y no solo a través de mamparas de protección y mascarillas, sino a través de la tecnología, que pensamos que es solo una herramienta, pero que al final ha adquirido vida propia. Pensamos que somos nosotros los que usamos la tecnología para nuestros fines, pero en realidad es la tecnología la que nos usa a nosotros para los fines del capitalismo de vigilancia. Durante cientos de miles de años los seres humanos percibíamos el mundo exterior a través de nuestros sentidos. En menos de un año los seres humanos hemos pasado a percibir el mundo a través de la tecnología. Si en la segunda mitad del siglo XX se decía que la realidad era la que construían los medios, ahora la realidad, que debe existir ahí afuera, es algo que percibimos a través del efecto combinado de las redes sociales, de Internet y de los medios. Cuando se dice que los medios distorsionan la realidad se está diciendo implícitamente que la imagen de la realidad que estos nos presentan tiene algún tipo de base real, por más que esté distorsionada. Dado que los fines de estos “mercaderes de la atención” tienen que ver con despertar nuestra curiosidad, para así secuestrar nuestro tiempo y mediante la modificación de la conducta poder “fabricar” lo que desea el capitalismo de vigilancia, podría decirse que nos hemos acostumbrado a mirar el mundo con unas gafas polarizadas. Pero la polarización de las gafas con las que miramos el mundo no es solo que nos ayuden a resaltar los detalles al hacer los contrastes más nítidos, como sucede con las gafas de sol. Es que solo nos permiten ver los extremos.

El cabreo “natural” por haber perdido nuestras vidas se ha visto incrementando exponencialmente en este año de pandemia porque las gafas con las que miramos el mundo solo nos permiten ver los dos extremos del espectro. Por un lado, aquello que nos reconforta y nos hace pensar que el mundo es como nosotros creemos (queremos) que es (que sea). De un lado del espectro es lo que nos encontramos cuando para evadirnos de la dura realidad nos sumergimos en las redes o en los medios para encontrar justamente aquello que nos gusta, ya sean vídeos de gatitos, fotos de comidas deliciosas en Instagram, chistes en Whatsapp, o perfiles de gente que lleva vidas maravillosas en Facebook. El mundo que la tecnología nos permite ver es como nos dijeron que tenía que ser: un mundo narcisista en el que, si te esfuerzas, todo es posible, en el que puedes tener y ser todo lo que quieras y en el que el único límite a tus deseos es lo que en este momento actual tu mente es capaz de desear (no se desea aquello que no se sabe que existe). Del otro lado del espectro es lo que nos encontramos cuando nos sumergimos en las redes o en los medios para encontrar argumentos que nos refuercen en la idea de que los problemas del mundo mundial son culpa de un grupo de malos malísimos, desde políticos corruptos a farmacéuticas avariciosas, pasando por un montón de gente con la ideología equivocada y que apoya a partidos e ideologías que, obviamente, son erróneas y que, por supuestos, no son “de los nuestros”.

Otro mundo es posible, pero para que sea posible es necesario desconectar. Superar este estado narcisista de obsesión con la gratificación inmediata en el que nos ha sumido el cabreo. La ideología del consumismo capitalista nos convenció de que quien se esforzaba lo bastante podía tener la vida que quisiera. Tenemos todos un cabreo monumental porque nadie, por más que se haya esforzado, ha tenido este último año la vida que quería. Otro mundo es posible, pero para hacerlo real es necesario recordar que la vida puede ser algo más que consumir, aunque se trate de consumir vidas. Otro mundo es posible, pero para hacerlo real es necesario que recordemos que tenemos derecho a un futuro que sea algo más que la continuación indefinida del presente.

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