Un grancanario sobrevive al naufragio de una barcaza de siete metros en Filipinas

Eduardo García se aferró a su tabla de surf para flotar durante la hora que esperaron a que pasara un barco | «Algo me decía que no era el final», cuenta

La foto, la misma noche después de ser rescatados, con Lorenzo, Sonia, Lucía y el aldeano Eduardo García.

La foto, la misma noche después de ser rescatados, con Lorenzo, Sonia, Lucía y el aldeano Eduardo García. / LP/DLP

La vivencia que le ocurrió hace ahora un mes al aldeano Eduardo García durante sus vacaciones por Filipinas es para contar. Este guagüero sobrevivió al naufragio de una pequeña barcaza de apenas siete metros de longitud en medio de una tormenta que hizo que por su cabeza pasara todo tipo de pensamientos, aunque siempre creyó que lo iban a rescatar. «Algo me decía que no era el final», cuenta García, quien reconoce que aquella experiencia le hizo cambiar su visión de la vida: «Ha sido una subida a la humildad y una bajada a la realidad. No perdimos nada y ganamos lo más importante: la vida».

El viaje empezó el 22 de enero. Por delante, casi un mes en el sudeste asiático con la compañía de otros tres españoles: Sonia de Granada, Lorenzo de Valencia, aunque residente en Ibiza; y Lucía de Murcia. Todo iba a pedir de boca en su primera experiencia fuera de Europa. «Fuimos en plan mochilero, conviviendo con los habitantes de los poblados, en algunos sin agua ni luz», recuerda. Iban saltando de isla en isla para disfrutar de lo que más les gusta a este grupo: el surf. «Era espectacular».

Junto a unos locales, decidieron ir a una pequeña ínsula para surfear. Era la parada previa a la isla más grande: Argao en la provincia de Cebú. En un principio iban a realizar la travesía en un barco. «Había aviso de tormenta, así que nos llevarían con una barquilla a un puerto para allí coger uno más grande». Pero el día amaneció con una mejora en las previsiones y a las siete de la mañana decidieron que harían las cinco horas de navegación en un bote de apenas siete metros de largo.

«El cielo se puso negro»

La experiencia en principio parecía apetecible. Una aventura. Pero se empezó a complicar. «A las tres horas aparece una tormenta tropical, el cielo se puso negro y nos empezó a comer la lluvia, las olas, el viento... Cuando llevábamos una media hora dentro de la tormenta el bote se parte y empieza a entrar agua», rememora. El patrón ve la grieta. «Era irrecuperable». Así que todos decidieron saltar al agua, con sus maletas dentro de bolsas estancas. «Saqué la tabla del forro y me enganché al barco». El resto hizo lo mismo. «Lo único que pensaba era en sobrevivir».

El patrón junto a la barcaza después de que se abriera una vía de agua en Filipinas.

El patrón junto a la barcaza después de que se abriera una vía de agua en Filipinas. / LP/DLP

Estuvieron casi una hora flotando en el agua. Dice Eduardo García que una de las cosas que jugaron a su favor era que el agua, a diferencia del Atlántico, estaba caliente, por lo que podían permanecer más tiempo dentro sin sufrir una hipotermia. La otra: «No había tiburones por la zona». En todo momento mantuvieron la calma. «Nadie se puso nervioso», todos permanecieron aferrados a lo que quedaba a flote de la barcaza a la espera de recibir ayuda. Sí que se preguntó: «¿Por aquí quién va a pasar si los pescadores salen de noche?». Pese a ello, «los cuatro sabíamos que íbamos a salir vivos de allí, que no era el final».

«Suerte que todo ocurrió cuando era de día, porque si hubiese pasado de noche no nos ve nadie», señala García. Cuando llevaban 45 minutos en el agua un ruido reavivó sus esperanzas de salir con vida. «Escuchamos el sonido de un motor y empezamos a gritar, a hacer aspavientos con las manos. Eran unos pescadores que venían en otro bote». Los cuatro turistas y el hijo del patrón se subieron al barco. El dueño de la barcaza semihundida decidió esperar a la llegada horas después de una embarcación de emergencias para tratar de salvar su sustento de vida.

Solo con la documentación

Cuando llegó a la playa, lo primero que hizo fue arrodillarse. «Me puse las manos en la cabeza y pensé en mi Isla, pensé en Las Palmas» con la duda de si decidir acabar en ese momento con el viaje y volver a casa. Pero siguió en Filipinas hasta acabar una aventura de la que, afirma, regresa con varias lecciones aprendidas. «Llegué al puerto sin nada, sólo con la documentación y el móvil, pero realmente lo tenía todo, mis brazos, mis piernas, mi cuerpo y mi salud», cuenta. Y añade: «Me vine de allí con la mochila vacía, pero lleno de vivencias y supervivencias» y, sobre todo, «que la vida no es tener, tener y tener». 

Ahora cuenta a sus compañeros de Guaguas Municipales todo lo sucedido durante un viaje que tanto él como sus tres compañeros recordarán toda la vida.

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